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Necesitamos más libros de ensayo

Cuando era estudiante de pregrado pasaba algunos sábados enteros visitando librerías; claro, cuando había ahorrado lo suficiente para darme el gustico. Recuerdo que sin pensarlo mucho apenas entraba a cada local iba directo a la sección de literatura universal. ¿Cómo no? Si es que nadie discute que la literatura suele ser uno de los discursos más populares y que más ventas representan para muchas librerías, por lo que es común que estantes repletos de ficción sean los más llamativos y con los que uno primero se topa en la experiencia de comprar libros. Ya en segundo plano quedan géneros y tendencias como lo son la poesía, la novela gráfica, los libros técnicos, los de autoayuda y muchos otros.

No obstante, libros de no ficción, especialmente ensayo, pasaron desapercibidos por mí hasta que, por necesidad académica, empecé a comprar libros de ensayo de investigación que para entonces se convirtieron en imprescindibles para mi educación formal. Hablo de autores que ya hoy día son clásicos como: Max Weber, E.M. Cioran, Theodor W. Adorno, Hannah Arendt, Jürgen Habermas, Walter Benjamin, Vladimir Nabokov, Pierre Bourdieu, Isaiah Berlin o Norberto Bobbio. Y como son autores clásicos, podemos ya inferir que se trata también de textos ensayísticos clásicos, o al menos de los que reposan en el imaginario común como “lo que debe ser un ensayo”.

¿Es un género literario o una tarea para entregar?

Hablar del ensayo como género discursivo necesariamente nos remonta al recuerdo de estar en el colegio o universidad y entregar con cierto pánico aquel escrito de 3, 5 o 10 páginas en las que debíamos hacer manifiesta nuestra posición sobre un tema. Que si el cambio climático es malo, que si las mujeres deben tener derecho a abortar, que si equis o ye. En cualquier caso, la intención detrás de aquel escrito se reducía a sacar buena nota y pasar la materia. Como si aprender a expresarnos de forma escrita, con fluidez y gracia fuera una obligación que pocos pueden conquistar y hacer suya.

El ensayo es mucho más que ese género discursivo tan usado en contextos educativos y académicos. No se trata de argumentar, persuadir ni convencer. Se trata más de exponer ideas, de poner en palabras pensamientos o sentires que apelan a la realidad común y tangible que como humanos tenemos la fortuna de experimentar. En mi opinión, un buen ensayista guía, procura que el lector forme su propio criterio; no busca imponer sus visiones de mundo sino compartirla para, a partir de ello, construir en conjunto nuevas ideas y nuevas experiencias. Incluso, contrario a la creencia popular por establecer la objetividad inamovible, el ensayo (por cierto, como género moderno fue inventado por Michel de Montaigne) por su naturaleza tiene una alta carga de subjetividad.

Tal como Guillermo Castillo, autor de El ensayo y el despertar de la conciencia histórica en Colombia indica:

Sin duda, la idea de ensayo como forma de expresión […] diríase que, en calidad de género literario, deviene en crisol y poética del pensamiento. Esta concepción de Lukács se puede acompañar con la idea de Adorno según la cual el ensayo comporta una intención hermenéutica y supone una actitud escéptica, lúdica, experimental, antidogmática e indagatoria frente al mundo. En conjunto, las acepciones anteriores se refieren a un acto específico de habla performativo cuyo fin es codificar la vivencia intelectual del ser humano. Cuando hablamos del ensayo no podemos entonces quedarnos únicamente con la idea de un producto escritural nacido de un ejercicio del intelecto que se cierra sobre sí mismo. Se trataría, sobre todo, de la posibilidad de trabar relación con un objeto de naturaleza abierta e inacabada que, ante todo, presenta a flor de piel la intelectualidad humana como experiencia y vivencia subjetiva e intersubjetiva.

Los textos de no ficción nos revelan, con gran riqueza retórica, algunas respuestas sobre problemas que actúan como detonantes para nuevas preguntas. Tal es el caso de ese ensayo científico (o académico duro), aquel que pulula en los círculos investigativos y de revistas indexadas que componen las comunidades científicas. Y es que si revisamos cuál es el verdadero interés del discurso científico, encontramos que desde su etimología (pues viene del latín discursus [‘acción de correr de una parte a otra’]) se trata de la construcción textual que permite la comunicación de contenidos científicos por medio de una lengua especializada en la que se caracterizan el léxico, la sintaxis y la configuración textual completa.

Es decir, el funcionamiento de las ciencias se basa en que sea precisa la comunicación de ideas; claro, en los papers y demás documentos hiperespecializados se respetan unas normas y convenciones, como lo son los sistemas de citación y referenciación, que buscan estandarizar procesos de evaluación y publicación. Pero lo que quiero señalar con esto es que el discurso científico no pretende imponer verdades sino facilitar el diálogo y el debate de ciertos postulados, de modo que entre todos se pueda construir esa verdad tan anhelada; y ello no sería posible si en primer lugar no existiese el ensayo como género discursivo.

¿Qué hay que tener en cuenta para escribir un ensayo?

Apartándonos un poco de esa imagen mental de batas blancas y laboratorios, aparece la pregunta ¿cómo organizar un discurso coherente que contemple el autor, el lector, lo real y el texto sin dispersarse en todas direcciones? Para lograr esto resulta necesario contar con un lenguaje claro, directo, rico en léxico y sintaxis sobre un tema, problema o idea que da lugar a una reflexión argumentativa. El problema, cualquiera que sea su naturaleza, despeja una pregunta a partir de un relacionamiento de ideas e intenta, mediante la interrogación (de un ¿cómo?), presentar un ¿por qué?

Además de la definición de una problemática destinada a coordinar los diferentes niveles del ensayo, comentario o explicación, la demostración exige cierta retórica (arte de convencer). De aquí deriva una cronología invariable (introducción, desarrollo, conclusión): su fundamento depende de un discurso que para ser eficaz debe persuadir. El ideal reside en preservar la unidad del conjunto y la especificidad funcional de cada parte. La coherencia global del escrito derivará de los “hilos de la trama” que se reconocen de principio a fin; de aquí que en la introducción se planteen todas las bases de la problematización explotada linealmente en el cuerpo del trabajo.

Cuando se trata de un ensayo, la idea no es hacer un catálogo de ideas más o menos banales sino organizar una reflexión pertinente. Un buen ensayo indica al lector el plan de exposición, es decir, da las guías para navegar en el desarrollo del texto; para ello se requiere de precisión, variedad y pertinencia. Por último, la conclusión no es el resumen de todo lo expuesto, sino el balance de la reflexión y de la respuesta al problema a la luz de las ideas desarrolladas. Es necesario abrir el problema, proponerle al lector nuevas pistas para la reflexión a partir del problema inicial; reformular una pista nueva, como si se tratara de un nuevo tema con posibilidades de argumentación.

El ensayo divulgativo

Para cerrar, quiero llamar la atención sobre obras y autores que hoy en día publican sus ensayos que se salen un poco del molde. Claro, puede que en algunos casos se trate de decisiones editoriales y del acompañamiento al autor en el proceso de escritura; ello puede ser muestra del deseo de innovar, así como su vocación de fomentar el debate y el intercambio de ideas (como en los sellos editoriales Debate y Taurus; esta última, por cierto, fundada por nuestro intelectual colombiano Rafael Gutiérrez Girardot).

Pienso por ejemplo en el reciente caso de Irene Vallejo y El infinito en un junco, libro que se ha vendido como pan fresco y cuya popularidad le ha permitido múltiples traducciones en el globo. Para dar más señas, se trata de un ensayo sobre la historia de los distintos formatos y materiales en los que se trasmitieron las ideas desde la antigüedad hasta hoy, es decir, hasta aterrizar en el libro impreso y luego ya en el e-book. Pero la gracia de este libro es, según interpreto lo dicho por Luis Fernando Afanador, que se trata  de un ensayo que mezcla el dato histórico/filológico con alusiones personales y referencias a la cultura pop. De modo que resulta en una propuesta disruptiva y que refresca nuestras ideas clásicas sobre ese tipo de textos.

Otra mención a libro de ensayo contemporáneo que me ha gustado mucho leer es Cómo funciona la música del compositor y cantante de la banda Talking Heads David Byrne. Se trata de una propuesta divulgativa, literaria y documentada que combina apasionantes nociones sobre la historia de la tecnología musical, anécdotas autobiográficas sobre su etapa en Talking Heads, un repaso a las corrientes musicales del siglo XX y un interesante análisis sobre el presente y el futuro de la industria musical.

Sin duda, el lector interdisciplinario que quiere informarse, opinar y dialogar sobre los distintos temas que interesan hoy, y que desea hacerlo a través de obras accesibles pero escritas, al tiempo, con el rigor de los grandes especialistas e intelectuales, cuenta hoy en día con un catálogo amplísimo de opciones para escoger. Por fortuna, aquella noción paquidérmica del ensayo como trabajo para entregar en clase se va desprendiendo del imaginario común y, sobre todo, de la oferta editorial actual.

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